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Mes: septiembre 2021

No sé lo que me pasa

No sé lo que me pasa

Si es tu caso no te preocupes, hay solución,

pero hay que ocuparse.

Esta es una consulta bastante habitual, pacientes que saben que algo anda mal pero no saben muy bien qué ni por qué, no se reconocen. Personas consideradas fuertes que se sienten débiles, personas alegres que se sienten tristes o personas tranquilas y pacíficas que de un tiempo a esta parte se irritan y enfadan a la mínima. Ocurre constantemente, los personajes entran en crisis.

  • “Yo no soy así”
  • “yo siempre he sido una persona alegre y últimamente tengo ganas de llorar”
  • “a mí siempre me ha gustado estar con gente para arriba y para abajo y ahora no me apetece salir de casa ni ver a nadie”
  • “no puedo controlarme”
  • “hasta ahora he sido una persona muy segura y de un tiempo a esta parte me da miedo todo”

Lo primero, decir que igual no es tan mala noticia que te ocurra esto, por inquietante e incómodo que sea, que lo es. Mi primer profesor-maestro, Pablo Población, solía dar la enhorabuena a la gente que llegaba en crisis a su consulta porque consideraba que era una auténtica oportunidad. Además, la vulnerabilidad, como la tristeza, la rabia o el miedo forman parte de la vida y si nunca antes lo habías experimentado así, ésta es una oportunidad de aprender a manejarlo, a sostenerlo, a escucharlo. Puedes hacerlo, aunque lo que de verdad quieres es que se pase cuanto antes y vuelvas a ser la que o el que eras, puedes hacerlo y es bueno que lo hagas, al fin y al cabo esto también forma parte de la vida y está bien saber que somos capaces de sobrellevarlo mientras buscamos solución. También es una buena ocasión para entender a otras personas a las que antes, cuando las cosas no te afectaban así, eras incapaz de entender, ¿a las que antes juzgabas? no tiene por qué pero es bastante común, la mayoría juzgamos aunque sea sutilmente lo que no somos capaces de entender, y cuando pasamos por lo mismo, ¡vaya si nos acordamos y vaya si entendemos!

No es lo mismo tirar para adelante sin dejar que las cosas te afecten que tirar para adelante cuando ya estás afectado, tocado y hundido.

No es lo mismo tirar para adelante sin dejar que las cosas te afecten, a base de voluntad y tenacidad, de alegría y buen rollo o de inteligencia, que tirar para adelante cuando ya estás afectado tocado y hundido. La segunda es mucho más difícil y superarlo aporta no sólo fortaleza, sino también crecimiento y sabiduría.

¿CUÁL ES LA CAUSA?

Por mi experiencia profesional y también personal puedo decir que, en la mayoría de los casos, la causa o causas están a la vista, bien en el presente o bien en el pasado. No es una enfermedad rara ni un trastorno mental espontáneo (aunque siempre viene bien descartar problemas de salud). No te has vuelto así, no te vas a quedar así. La mayor parte de las veces hay suficientes motivos en la vida de la persona como para estar como está. El problema es que la persona no ha dado importancia a esos motivos, no ha dejado que éstos le afecten. Y si no los meten en la ecuación difícilmente van a despejar la incógnita.

Las emociones no aparecen porque sí, las emociones son el mensajero, no el mensaje, te informan de que algo está desatendido, de que hay necesidades sin cubrir.

Por increíble que parezca, en la mayoría de los casos hay pérdidas, cambios vitales, separaciones, conflictos relacionales, decepciones… digo increíble porque visto desde fuera cualquiera puede sumar dos más dos, es decir, cualquiera puede darse cuenta de que este tipo de situaciones generan reacciones emocionales. Sin embargo no siempre es así, nuestro orgullo, nuestro ego, nuestra cultura o nuestras defensas neuróticas nos pueden cegar y llevarnos a pensar que esos motivos no tienen nada que ver o que no son suficiente.

En más de una ocasión me he encontrado con pacientes que dicen no tener motivos para estar como están y al indagar un poco ha resultado que algún familiar cercano o incluso él/ella misma tiene cáncer, o que se murió su padre hace unos meses, su pareja le ha sido infiel o se está separando, su trabajo pende de un hilo, lleva meses sin hablar con su mejor amigo, con el que era uña y carne, su madre tiene un trastorno mental (diagnosticado o no) que hace la relación insoportable… y mil cosas más. Esta es una pequeña muestra de las muchas situaciones que normalizamos sin darnos cuenta de hasta qué punto sí nos afectan, sí nos duelen, sí nos cabrean, nos desequilibran y nos trastocan la vida. Normalizamos el malestar.

¿CUÁL ES LA SOLUCIÓN?

La solución es tan simple como compleja. La solución empieza por aceptar tu realidad, aceptarte estando como estás. Como dijo Carl Gustav Jung, lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma. Asúmelo, no es una anomalía, es una realidad, tú realidad. Luchar contra ello y pretender estar «como siempre» es, además de una pérdida de energía, una locura. Es como si tu coche empieza a fallar, se enciende un testigo, la lucecita del motor o del aceite o varios a la vez y tú decides que no le pasa nada y te empeñas en conducirlo como siempre, por donde siempre, sin revisar, aunque no vaya igual, aunque haga ruidos raros y vaya a trompicones o no tire… ¿No suena muy loco? pues con nosotros es igual, si no estamos bien no estamos bien, nos guste o no, y lo primero es aceptarlo.

El siguiente paso sería explorar tus vivencias. Como decía al principio la causa del «malestar espontáneo» casi siempre está en las situaciones que nos ha tocado o nos está tocando vivir. Si estás completamente perdido/a puedes comenzar haciendo una lista, un currículum de pérdidas. Esto consiste en hacer repaso de todas las pérdidas que has experimentado a lo largo de tu vida. Coger algo para escribir y apuntarlas una a una. Puede ser un cambio de colegio, el fin de una época (como por ejemplo el fin de un equipo de baloncesto en el que estuviste desde que eras una niña o un niño), puede ser la muerte de alguien querido, la separación de tus padres, una enfermedad, un accidente, pérdidas económicas o de trabajo, a veces incluso la pérdida de la infancia o de la infancia de tus hijos que de alguna manera le daba sentido a tu vida. La pérdida de estatus, de la amistad, del amor.

Si haces un ejercicio honesto y te vas preguntando, en cada una de las experiencias de pérdida que hayas identificado ¿Qué perdí con esto? ¿Qué se fue con esta persona, con este trabajo, con la salud? ¿Cómo cambió mi manera de ver el mundo, de entender las relaciones, cómo cambió mi autoimagen, mi identidad? Muchas veces nos encontramos con que perdimos la alegría y no nos dimos ni cuenta, o la tranquilidad y no hemos vuelto a descansar, a relajarnos, o perdimos el mejor o la mejor compañera que habíamos tenido, o la ilusión, las ganas de jugar o soñar. La inocencia la solemos perder en algún momento. O perdimos la confianza, la seguridad, a un referente, a alguien que nos guiara. También podemos haber perdido destreza, inspiración, fuerza, capacidad cognitiva o simplemente la sensación de ser útiles. Podemos haber dejado de creer en el amor, aunque lo deseemos con todas nuestras fuerzas.

Si llegas a este punto es muy probable que necesites tiempo para digerir lo que se te hizo o se te está haciendo bola. Cuando construimos barreras y defensas es porque las necesitamos, porque con los recursos que tenemos no podemos afrontar lo que nos ocurre, así que cuando empezamos a asomarnos a través de las barreras o el propio dolor se derrama, necesitamos tiempo y cariño para elaborarlo y digerirlo.

Haz una lista de pérdidas o situaciones que no van bien en tu vida

Pregúntate qué se rompió, qué perdiste, cómo ha cambiado la idea que tienes de los demás o de ti mismo/a

Y date el tiempo que necesites para elaborar, para digerir.

Obviamente, si no has sabido o no has podido darle la importancia en su momento (a veces no nos lo podemos permitir) no va a ser fácil hacerlo ahora, las defensas que te alejan del sufrimiento siguen ahí, aunque se estén resquebrajando, y es posible que aun no te permitan mirar hacia dentro, no te permitan conectar y te lleven a pensar «esto no es» o «esto está superado» o «sigo perdida, sigo perdido». En cualquier caso sabes que algo te pasa. Si eres capar de verlo y te das cuenta de que no puedes solo/a, pide ayuda.

La psicoterapia ofrece un espacio y un acompañamiento para poder indagar, recursos para sacar a la luz lo que estaba a oscuras, para ayudarte a entender, ayudarte a aceptar y transitar y dejar atrás el dolor. Tiempo, espacio, acompañamiento y recursos para poder, paso a paso, recuperar el bienestar.